Ahora, Jacqui se sienta. Siempre el mismo parque y la misma hora, también elige el mismo banco y, cuando éste está ocupado, espera pacientemente su turno.
Jacqui mira a los transeúntes, a las parejas de enamorados que suelen caminar de la mano. Jacqui ve a pájaros e insectos, árboles y flechas, papelitos de basura y toboganes. Ella mira todo esto, luego espera el movimiento de su mano y cuando éste llega, impulsado por un inexplicable impulso escribe.
El final siempre es el mismo: Jacqui quema antes de irse todo lo que escribió.
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